Angi: "uh, otra vez me quedo sin gas... habré traido plata? uf, si, menos mal". Guiño (del auto), sacar la mano por las dudas se haya roto, fuerza para doblar, estacionar. Bajarse, abrir la puertita de la nafta, destapar el pico del tanque de gas. Playero: Hola, flaca (¿!? confianzudo!), lo llenamos?. Angi: Sí, por favor.
Entonces empieza la aventura. El mate coloniza mis manos y se reparte como los chistes malos entre los presentes: cuatro alemanes y medio, tres argentinos y dos yanquis antiimperialistas (ya se que suena raro, pero existen). Intercambio gratuito de historias de vida, de esto que soy y lo que intento ser, de por qués y sueños, de ilusiones algunas rotas y otras impecables como las ollas que no participaron del cacerolazo del 2001.
Hoy el desafío es diferente: Hay que salir de la casa, presentarnos a los otros, preguntarles, compartir. Nos da miedo lo que pueda pasar. Nervios. Ansiedad. Esa cosa en la panza que te hace olvidar lo que tenés que decir que tan bien tenías preparado. El camino nos lleva sin dejarnos elegir, y golpear las manos y un discurso un poco de memoria y un poco natural que siembra vaya uno saber qué en personas que, seguro, no lo esperaban. Ni secretarios, ni traductores, cordobeces y alemanes nos convertimos en "cumpas", capaces de llevarnos de la mano en las oraciones difíciles y apoyarnos cuando necesitamos pensar para seguir.
Y al volver esa magia que me abraza tan fuerte y me convence con la tibieza de la peperina que no se va a acabar hasta contar todo lo vivido. La polenta llega justo cuando ya el cerebro no da más, y nos relaja con salsa de aguante y cariño que no se dice, por ser demasiado obvio. Un poco de música, dibujos mauricenses y guitarra, profundizando la confianza hasta que ya no importó que dos folkloreros de peña enseñarar a bailar chacarera a los extranjeros interesados.
El surtidor todavía marca $0,00, voy a buscar al playero para ver por qué anda mal.
Otra vez salir tratando de aprender de nuevo a hablar castellano, y encontranos con la tonada enredada y poco modulada de la tierra que se nos abría tan espontánteamente, aprender nombres e historias, recordar en los recuerdos de sus ojos que hay algo que todavía nos hace hermanos. Agroecología, agricultura del amor, ecología de lo humano, ver brotar el trabajo y las promesas de sus frutos.
Para completar la carga de combustible, chistes situacionales malos y malísimos que nos hacen doler la panza, Bohemian Rapsody a cinco voces, un adelanto del juicio final, un cumpleaños regalado de caramelos con fecha de vencimiento verificada, guitarras, juegos de cartas, rock and roll en las ruinas mientras esperamos el asado. Algunos que se van antes, abrazos de despedida que ya anhelan el reencuentro...
Todo mezclado, el alemán, el inglés, el castellano europeizado, el cordobés básico y el del campo, formando un solo idioma que solo nosotros entendíamos. Ya no soy tan yo, soy un poco de vos, de lo que me has contagiado, lo que me has enseñado.
Se enciende la luz del surtidor y empieza a hacer ruido. Carga completa. Pero la pantalla sigue marcando $0.00. "¿Qué pasa?", pregunto al encargado de la playa. "Este fin de semana es gratis".
Gracias chicos. Tanque lleno.